domingo, 6 de septiembre de 2009

Siempre acabamos llegando donde nos esperan

Las maletas son esas fieles compañeras de viaje que desplazan una parte de tu vida de la manera mas simple y superficial posible. Cuando partes rumbo a algún lugar, siempre llevas contigo una maleta, y dentro de ella, ropa, utensilios de aseo, libros... un sinfín de cosas, que pretenden amenizar tu paso por un destino. Sin una maleta no somos nada, todo el mundo camina con una de ellas, desde bolsos pequeñitos hasta maletas enormes donde caben 3 armarios. Pero hoy tuve una sensación extraña, y resultó chocante, porque me atacó justo en el momento que realizaba mi maleta. Recuerdo cuando la hacía, y es que, como la mayor parte de los seres humanos, el hecho de hacer una bolsa de viaje, incita a cosquilleo en la barriga, a intriga, a volar... significa que vamos a algún sitio, pero también que nos despojamos de alguna manera de otro. Pero yo siempre tuve la certeza, de que marchaba para volver, por eso mi maleta esta llena de juventud, es fuerte y resistente ante el ritmo insospechado del camino.
Pero hoy, algo ha cambiado, esta maleta llena, deja un vacío frenético. ¿Alguna vez has sentido ese temblor cercano que te impide mirar atrás? ¿Esa sensación cobarde de despedir tu lugar con el mero ruido de las ruedas de una maleta? Mucha gente huye de sí mismo, con una maleta vacía, sin un lugar al que acudir y con toda una vida que llenar. No se dan cuenta de que el viaje empieza en el mismo momento en que sueñas con volver.
Por eso hoy, cuando hagas tu maleta, no olvides, que aquello que te hace partir, es el mas profundo recuerdo que hace mover las ruedas de tu equipaje. Que el camino es corto, y por eso no has de olvidar de donde vienes y adonde vas. Por eso... siempre acabarás llegando donde te esperan.

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