martes, 31 de enero de 2012

Bombillas que se encienden cuando un Edison se apaga

...Tras un día muy intenso lleno de imprevistos imprevisibles, que mejor manera que continuar esta travesía con un buen libro.
Existe en mi vida una serie de acontecimientos a los que inocentemente y con fe prodigiosa llamo "Maktub", una palabra árabe que su significado puede asemejarse a "estaba escrito". Creo firmemente en la hermosura de los actos que la vida nos regala, como consecuencia de su propio fluir ambulante por el camino que se otorga. Todo tiene un porqué, intento respetar fielmente sus causas y asimilar sus consecuencias. La vida no siempre acaricia, algunas te araña, pero entendí, que incluso hay bombillas que se encienden cuando un Edison se apaga.
Bombillas que se encienden inesperadamente, incluso cuando todo aparentemente duerme apacible, luces incandescentes que liberan su ego de la sombra opresora en la que se envuelven. Estaba escrito, y que mejor momento y escenario, que mi vida, para que tuviera que suceder lo que así estaba dispuesto, a causa de las consecuencias del fluir ambulante de la propia existencia.
Los "maktub" que cada día acontecen, pueden ser interpretados de miles maneras, la sonrisa de un niño, el abrazo perenne en el recuerdo, una canción de carnaval que te hace sonreír inexplicablemente y tontamente ... todo fluye, cambia, crece. Y esas pequeñas señales sobre las que mi vida va posándose y encaminando el rumbo, quizás sean detalles ficticios, pero yo, hoy, me mantengo firme ante ese agnosticismo, quizás mañana viva, porque hay que vivir, pero hoy irremediablemente, me dejo llevar, porque suena demasiado bien.

Los "Maktub" sólo aparecen para darle mayor sentido a la vida.



lunes, 23 de enero de 2012

Rover 216SE

Aún recuerdo aquella vaga sensación al ver ese aparato de hierro púrpura, que mi padre ponía al coche, siempre que lo dejaba aparcado en la avenida barcelona los fines de semana. Muchas veces me pregunté para que servía, mi padre lo explicaba en multitud de ocasiones, "para que no se lleven el coche" decía asiduamente. Pero yo no podía abastecer mi inquietud con esa vulgar y mera respuesta; me preguntaba continuamente cómo un palo de hierro, encadenado al volante, iba hacer espantar, a las personas que quisieran llevarse el viejo coche de mi padre color crema, que olía perennemente a nobel.
Con el paso de los años fui entendiendo la utilidad de aquel hierro aparatoso que se escondía bajo el asiento de papá y que enlazaba su fiel amor al volante, cual marido y esposa.
Era el bloqueo, esa era la palabra que casé con el espanta ladrones púrpura. Era un sistema que impedía la movilidad del volante, y acrecentaba la dificultad, por no decir la imposibilidad, del secuestro del vehículo.
A veces, los humanos, parecemos poseer ese bloqueador hierro púrpura perforando visceralmente todo nuestro cuerpo. Un cerrojo, que nos priva de actuar, de sentir y de acariciar aquello que queremos. Bloqueados por el miedo, permanecemos en la quietud apacible, contemplando fielmente nuestros deseos, pero sin esperanza de alcanzarlos, por temor incluso a conseguirlos.
Hoy, más que nunca, es el momento idóneo para desprendernos de este bloqueo incesante, es hora de salir, de sentir y actuar, no permitas que nada ni nadie te diga que no puedes hacer algo. No dejes que te invada la sensación devoradora de poder haber hecho algo y haber permanecido cruzado de brazos, hazlo hoy, ahora, en este preciso instante, sin miedo, con valor y entusiasmo.

Despójate de la cadenas que te condenan.


"Osos de cuero y alpargatas
Canastos de mimbre, diademas de borla,
Que no hay nada más..."



sábado, 21 de enero de 2012

Una copa más

Aquí no pasa el tiempo, no existen moléculas suicidas de la clepsidra, todo se esfumó, consumiendo aquel cigarro al que declarabas tu amor, acariciando la espectacular figura femenina de humo que se abría paso ebrio entre la multitud, y allí, al final de la barra, donde el remanso de paz no era invadido por la luz deslumbrante del antro, se disponía tu alma, sobre un taburete negro desgastado por los traseros solitarios que acudían allí para camuflar la pesadumbre de sus ilusiones. Con un juego de sombras, que invade la gran parte de tu cuerpo, pides otro vaso de whisky, y ya van seis, sin remedio, sin pudor, ni reparo, cigarro tras cigarro, el foco del fondo bailando al son de los hielos que intentan escalar la ancha copa, no pasa el tiempo, la noche es eterna, el humo no tiene fin, el alcohol vertiginosamente recorre tu cuerpo, y tu sigues rellenando, como si la vida te fuera en ello. Una canción de fito anuncia el cierre del bar, las luces que al encenderse dañan tus ojos de libertino amorosamente infiel, marcan el camino de vuelta a la cloaca que has creado, a la realidad tenebrosa que te envuelve, que te acaricia... que te ama.


domingo, 15 de enero de 2012

300 emociones al día

En numerosas ocasiones he sentido el frío invierno adueñándose de mi. La brisa helada, exaltando una parte de mi, tiritando emociones que apaciguan hogueras descontroladas. El frío invierno marcando el cauce de mi sangre a simple vista, desafiando con su aliento de frescura, la impotencia de movilidad, atado a mi concentración de mantener la llama siempre encendida. A veces es difícil mantener la lumbre viva, más, cuando mi cuerpo vertiginosamente sufre el paso del tiempo.
Cuando en ocasiones pierdo la noción del tiempo, y he de sacar fuerzas de donde no las hay, me apoyo en varias escenas que convierten en intangible mis emociones.
Leónidas, acudió a la batalla sabiendo que no regresaría. Sumergido en una muerte segura, aceptó la disposición de su esposa, y condujo a 300 hombres a su propia erradicación. Lo hizo sin miedo, asumiendo la responsabilidad de sus actos, creyendo en sus hombres. Las Termópilas se convirtieron en una sangrienta batalla, donde el frío invierno se alió con los espartanos, que combatían por honor, por su región y por la tiranía opresora del enemigo Jerjes.
A veces inspiro mis actos en Leónidas, intento mantener el frío invierno de mi lado, alimentar la hoguera con el gélido viento de las noches. Las Termópilas son mi día a día, allí combato, con mis 300 hombres, que no son más que lo que conlleva mi espiritualidad, mi personalidad y mi interior. El enemigo seguramente nos multiplica, en multitud de ocasiones, en número, pero nada nos abate si luchamos con fe.
Todo llevamos un Leónidas dentro, y si hay que caer, que sea de lugares bien altos, pues, no nos rendimos jamás.

jueves, 5 de enero de 2012

Gafas de sol para días de lluvia.

...Desde la puerta del ascensor, se podía divisar el guiso de su madre entre los miles de olores sabrosos de la vecindad. Con el alma cabizbaja y tras un suspiro de intentar dejar los problemas no más allá de la puerta de su morada, se dispuso a penetrar en casa con una sonrisa ficticia, que no camuflaba el desgarro de sus entrañas.

¡Arroz! ¡ Del que a ti te gusta! - Vociferó su madre desde la cocina.

Pero ni eso despertó el apetito del jóven, que sólo pensaba en alimentar la solución de su problema. No probó bocado. Su madre lógicamente, se percató de que algo no andaba del todo bien, pero no quiso invadir su soledad, dejó a su hijo con la mirada pérdida, removiendo los granos de arroz, como si buscara algo tras ellos... a alguien.
De repente, se levantó y corrió hasta la otra punta de la casa, se encerró en el cuarto de baño de sus padres, apoyó su espalda contra la bañera, y comenzó a llorar con todo su corazón. Al otro lado de la puerta, la respiración de su madre, que sentía como a su pequeño le habían robado su tesoro mas preciado, el corazón. Pero dejó que el curso de la vida asentara cátedra, y lo dejó allí sollozando, suspirando, cosiendo sus propias emociones, haciéndose tenaz y sensato, cultivando su fortaleza, para poder levantarse vertiginosamente tras las caídas. En aquél preciso instante, una llamada de teléfono, calmó su agonía, era ella, con su delgada voz y su dulzura juvenil. Parecía como si las lágrimas del jóven, hubieran estado ahogando a su amada a pesar de la distancia, como si aquellos lamentos, hubieron perforado los oídos de ella, y la falta de apetito del muchacho, se hubiera tragado el orgullo de "la ladrona".
Y allí, en aquél tenebroso escenario, decidieron, tras encauzar sus palabras sin miedo, afrontar los nuevos caminos que aún les estaban por llegar.

Pero la vida a veces golpea incansablemente, con los susurros del pasado, queriendo recordar lo que un día vivimos, acariciándonos, evocando la fuerza que un día sacamos para seguir caminando afablemente por este periplo.

Y siete años mas tarde, con aquella misma sabrosa comida, en aquél mismo escenario y con los mismo ojos envueltos en lágrimas, seguimos sintiendo, que nos roban el alma.