martes, 6 de diciembre de 2011

Un dechado de santidad.

En esta incontinencia emocional, sucede que a veces, me vuelvo a enamorar de las personas, me cautivan y hacen que, humildemente, me asome a la huella intachable que van formando en el batir de los días. Hoy, recupero del baúl, un escrito muy importante, que siempre viene bien al caso recordarlo, para seguir continuando fiel a lo que somos...a lo que sentimos.

Cuenta el poeta dramaturgo alemán Bertolt Brecht, que los hombres que luchan toda la vida, son los imprescindibles. Permítanme hoy, que en este minucioso espacio polar, les hable de un Hombre, de esos que hay pocos en la vida, y de esos que al recordarlos, una sonrisa cómplice inunda nuestra expresión. ÉL, es un hombre grande, desgastado por el tiempo, pero lleno de vida en sus palabras, sabio en sus movimientos, y afable en su cercanía. Les hablo de una persona sencilla en su caminar, humilde en su mirada, y sutil en el trato con los demás. Pretende cuidar los detalles mas insignificantes, para ganarse el corazón de todo lo que le rodea, es un ejemplo de vida desapercibida, un hombre eficaz en su anonimato. Se basta de su parroquia, de sus pájaros, de sus paseos. Llama a las personas por su nombre, y las acaricia con su desnuda esencia modesta. Su paso es lento, saboreando cada pisada, como si fuera la última, apreciando el valor de la vida que se le ha otorgado, una vida, dedicada a los demás, y a todo aquél que busque en él una palabra alentadora, un ejemplo de vida serena y paciente, una huella tímida, que no pretende tapar, sino hacer brillar, en este mundo ardoroso, hasta el mas minucioso detalle, con su sencillez salesiana.


A mi buen amigo D. Ventura.